4 de octubre de 2024

María Belén Cabezuelo, repite como Verónica

Una de las estampas mas características de la Semana Santa poceña es la figura y el canto de la Verónica en la mañana del Viernes Santo. Este año, la Hermandad de Nuestro Padre Jesús de Nazareno ha designado a María Belén Cabezuelo Ortiz que repite en este papel ya que también lo realizó en el año 2.012.

Recordamos el artículo de José Manuel Leal, dentro de su serie Pozo Alcón: La historia y sus gentes XVIII , que nos traslada a la Semana Santa poceña de hace ya muchos años.

LA SEMANA SANTA HACE 100 AÑOS

Las procesiones y cultos de Semana Santa, a pesar de la modestia del pueblo, siempre han tenido una gran brillantez y solemnidad en Pozo Alcón. El origen de éstas muy probablemente habría que localizarlo a finales del S. XVII o principios del XVIII, después de haberse construido el templo de “La Encarnación”, que sustituyó al de “Nuestra Señora Santa Ana”, y adquirido nuevas imágenes. En cualquier caso, podemos afirmar que es una de las más antiguas de la provincia de Jaén, con unas características propias que la hacen única, como podría ser la desaparecida costumbre de los “muñidores” y el canto de la Verónica.

En cuanto a las Cofradías y/o Hermandades –que hoy ya no se diferencian- encargadas de la organización de los actos, antes de la Guerra Civil había cuatro:  Cofradía de Jesús Nazareno, Cofradía del Cristo de los Azotes, Cofradía de la Soledad (la Virgen de los Dolores) y la Hermandad del Santo Sepulcro. Como en todos los sitios, las Cofradías agrupan a los devotos en torno a una imagen y representan de alguna forma las distintas realidades socioeconómicas de cada lugar o barrio. En Pozo Alcón, habría que añadir también el componente familiar ya que, excepto la Cofradía del Nazareno, con una estructura propia y cuotas de los cofrades, en las restantes solía ser una familia cada año la que se encargaba de preparar las celebraciones de Semana Santa. Y, digámoslo ya desde el principio, la Cofradía de Jesús Nazareno siempre ha sido la de los ricos; mientras que la de la Virgen de los Dolores ha sido la de los pobres. Esta simplificación, no obstante, se ve claramente reflejada en quiénes formaban cada una de ellas y en las cuentas y gastos de cada una a lo largo de su historia.

El orden y secuencia de los días era, como es lógico, muy similar al actual, con algunas diferencias. Tras la “Novena de los Dolores”, el Viernes de Dolores se iniciaban los actos religiosos y procesiones con la salida de la imagen de la Dolorosa. Se seguía con la procesión de las Palmas el domingo de Ramos; continuaba el Jueves Santo en el que, tras el Lavatorio y el Sermón del Mandato, salían todas las Cofradías llevando en andas la Santísima Cruz, el Señor de los Azotes, San Juan Evangelista y la Virgen de los Dolores. El Viernes Santo, por la mañana muy temprano, casi de noche, se decía el Sermón de la Pasión, conocido como la Madrugada (hoy llamada, por influencia sevillana, “la madrugá”). Inmediatamente después volvía a salir la procesión con Jesús Nazareno, la Cruz, San Juan y la Virgen para el paso de la Verónica. Ese mismo Viernes se repetía la salida por la noche con el Sepulcro de Cristo en el Santo Entierro. La procesión, organizada por la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores, empezaba con la salida del templo de la Cofradía de Jesús Nazareno, seguida por la Cofradía del Cristo de los Azotes, con la imagen de San Juan, y la Hermandad del Santo Sepulcro, conduciendo la Sagrada Urna y, por último, la Cofradía de la Soledad cerraba la procesión con la Virgen de los Dolores. El Sábado de Gloria, por la noche, volvía a salir el Sepulcro de Jesucristo. Y ya, por último, en la mañana del Domingo de Pascua salía la procesión del Resucitado, también con algunas notas características, como pueden ser las tradicionales carrerillas de los cofrades.

Como hemos visto, el viernes se producía el Sermón de la Madrugada. Durante toda la noche existía la costumbre de “muñir”, en el sentido de convocar a un acto, y era una costumbre ancestral en la Semana Santa de Pozo Alcón. En principio, los muñidores eran los criados de las Cofradías que, entre otras funciones, se encargaban de convocar a los cofrades casa por casa para los actos religiosos que fueran o para anunciar la muerte de un Hermano. Esta figura fue desapareciendo con el tiempo y aquí quedó, ya como costumbre colectiva, recogida por la Cofradía de Jesús Nazareno, que pasaban toda la noche en vela invitando a los vecinos a que también lo hicieran para ir después al Sermón de la Madrugada. Hasta aquí todo correcto; pero, la costumbre fue degenerando hasta llegar al punto de convertirse en un jolgorio y un escándalo. En 1927, escribía el cronista Antiñolo: “La Hermandad de Jesús Nazareno son quienes movilizan las huestes muñidoras para que mantenga despierta a la gente y asista al Sermón de Pasión, que se predica en la Madrugada

Aprovechando el último ensayo de la Verónica, los cofrades del Nazareno, acompañando la noche muy probablemente con generosas libaciones, llegaron a sobrepasar lo que las personas más religiosas considerarían aceptable. En un artículo de 1925, Antiñolo, totalmente indignado, denunciaba esa costumbre y escribía: “La noche del Jueves Santo que, por su significación memorable para el espíritu cristiano, debiera ser consagrada al recogimiento y la oración, es para algunos seres livianos noche de jolgorio y escándalo. A altas horas de la madrugada, algunos de los que pasaron la noche en la casa del Hermano mayor de la Cofradía de Jesús Nazareno, presenciando el último ensayo de la Verónica, recorren las calles golpeando las puertas, entonando los pregones que se intercalan en el Sermón de Pasión y dando ruido con fuertes y disonantes toques de trompeta. Es lo que en el pueblo se llama muñir, convocando al vecindario para el drama de la Pasión, aquel clamor deicida del populacho impío, que libertó a Barrabás y pidió la crucifixión de Jesús”.

La última vez que se practicó esta costumbre fue en la Semana Santa de 1931. Hasta 1943 no volvieron a realizarse procesiones en Pozo Alcón y, en este año, Antiñolo y otros se encargaron de que la costumbre desapareciera. Así, publicaba en el periódico “Ideal” de 15/04/1943: “Aparte de esa nota desafinada, que habrá de suprimirse en el concierto místico de nuestra Semana Santa este año…”. En cuanto a las imágenes que procesionaban, prácticamente todas fueron destrozadas al inicio de la Guerra Civil (sin duda en los últimos días de julio o primeros de agosto de 1936). Aunque de este tema nos ocuparemos en otro artículo, apunto aquí que, entre otras de menos valor artístico, se destruyó un S. Francisco de pequeño tamaño, las imágenes de la Inmaculada, que era una plástica Concepción copiada de Murillo, y los sagrados Corazones de Jesús y de María; así como un cuadro de la Anunciación de varios metros cuadrados del fondo del altar mayor.
Todas estas imágenes ardieron en la plaza de Esteban Torres, delante de la iglesia, incluida la imagen de la Virgen de los Dolores. La talla de la Virgen del Carmen corrió otra suerte: fue arrastrada, atada a una camioneta que había venido de Cuevas del Campo, y arrojados sus restos al río Grande, en la Junta de los ríos. 

Las nuevas imágenes que habían ido llegando progresivamente hasta el mismo 1943 fueron un Cristo en la Cruz, un Jesús Nazareno que carga la Cruz ayudado por Simón Cirineo, un Cristo Yacente en el Sepulcro y, finalmente, la Virgen de los Dolores. Con estas imágenes y alguna otra que sí se salvó, se retomaron las procesiones de Semana Santa. 

Otra tradición de honda raigambre y que todavía hoy permanece viva en la Semana Santa de Pozo Alcón es el canto de la Verónica. Este tipo de representaciones suelen constituir una seña de identidad propia de las localidades donde se realizan y pasan de generación en generación. Sin embargo, estas escenificaciones teatralizadas, que siempre han sido del gusto del pueblo llano, no han sido tradicionalmente del agrado del clero secular, que las ha considerado como un elemento demasiado profano, y de hecho, en algunos sitios, como pudo ser el caso de Guadalcanal, este canto desapareció en 1957 con el voto decisivo del párroco; en otros lugares, como Caniles, Chinchilla, Puebla de la Reina, etc., la tradición se mantiene.

Al contrario de hoy en día, en que el papel de la Verónica lo hace una mujer de Pozo Alcón o aquí asentada, en tiempos pasados la joven que lo representaba, de unos 14 a 16 años, era semiprofesional, muchas veces venidas de fuera y sus emolumentos tan altos que el coste de su mantenimiento y sueldo estaba a la altura del de la banda de música contratada. Esto se puede ver en los libros de cuentas de la Hermandad del Nazareno que, como ya vimos, era la encargada de organizar este acto e incluso de alojar a la Verónica durante unos días en la casa del Hermano Mayor; era lo que se denominaba “estar en capilla”.

Verónica en Pozo Alcón, años 70

En cuanto al canto mismo, un somero análisis nos demuestra sus particularidades. Sólo he podido encontrar en el canto de la Verónica de otros lugares apenas dos similitudes: la presencia de Jesús Crucificado, San Juan Bautista y la Dolorosa, así como la alusión a la calle de la Amargura. Por lo demás, el canto de la Verónica de Pozo Alcón es totalmente original. El canto se divide en tres escenas que se corresponden con cada una de las figuras antes mencionadas. El primero está constituido por 24 versos divididos en seis estrofas de cuatros versos octosílabos, con rima asonante en los pares, con la particularidad de que el cuarto verso de cada estrofa es de los llamados versos de “cabo roto”, con la eliminación de la última sílaba después de la vocal tónica, lo que da un tono agudo. El propio Antiñolo los define una vez como arbitrarios y ripiosos. Como poema de carácter popular y pensado para su recitado público, la Verónica se dirige tanto a sí misma y a Cristo, como a los oyentes, expresando sus sentimientos con entonación interrogativa y exclamativa, y aludiendo directamente con el uso de la segunda persona a los fieles y espectadores presentes. En la primera estrofa, la Verónica va en la búsqueda de Jesús; en la segunda, se nos refiere la impresión que le causa su vista; en la tercera, pide permiso para limpiarle la cara; en la cuarta, cuyo primer verso entonces decía “¡Qué admiro, Cielo Sagrado!”, se produce una alusión al dogma de la Santísima Trinidad; en la quinta, dirigida a los receptores, se alude a la muerte y redención de Cristo; y, por último, en la sexta estrofa, también dirigida a los fieles, se plantea la necesidad del arrepentimiento.

Siguen a continuación otras dos escenas, ante San Juan y la Virgen, pero el análisis más detallado de todo el Canto, lo realizaremos en otro artículo, con su posible origen, la influencia franciscana o características formales y de contenido.

Y ya, para finalizar esta presentación de la Semana Santa en nuestro pueblo en los años 20 del siglo pasado, les dejo con otros dos breves artículos de Manuel Antiñolo, publicados en 1927 en “El Pueblo Católico”, de Jaén.

José Manuel Leal

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