29 de marzo de 2024

Pozo Alcón: La historia y sus gentes, XXV , por José Manuel Leal

Foto: Máximo Marín Dengra , Párroco de Pozo Alcón en varias décadas del s. XX

LA SOCIEDAD POCEÑA EN EL S. XIX: La Iglesia y los Partidos políticos

Los conflictos bélicos, guerras civiles, marcaron y dividieron a la sociedad española del S.XIX. La guerra de la Independencia, primero, y el enfrentamiento entre liberales y absolutistas después, llevaron al exilio a muchos españoles afectando principalmente a los intelectuales de la época. Las guerras carlistas, por último, vinieron a profundizar en esta brecha fratricida y cainista, tan característica de la sociedad española. Además, la aparición de los movimientos socialistas, anarquistas y fascistas de principios del S. XX desembocarán en la Guerra Civil del 36, cuyos efectos parecen sentirse todavía en nuestros días. Todo esto tendrá sus repercusiones en la sociedad y ambiente político de Pozo Alcón donde, sin llegar al nivel de violencia de otros lugares, sin duda que rompió la convivencia más de una vez. Las luchas internas y los grandes proyectos que nunca llegaron a realizarse, unidas al gran poder de la Iglesia, caracterizarán a esta sociedad, a este pueblo pobre y aislado, y con tan poco aprecio por la cultura laica y civil.

Pozo Alcón, totalmente aislado y cerrado sobre sí mismo. En 1830, un inglés, el capitán Samuel Edward Cook, en aquellos viajes de los románticos por España, visita Pozo Alcón de paso hacia Orcera (El relato está recogido por María Antonia López-Burgos en “Plateado Jaén. Relatos de viajeros de habla inglesa, Siglos XIX y XX”). Cook, además de realizar alguna observación bastante acertada sobre que el Guadiana Menor será reconocido alguna vez como el verdadero Guadalquivir, o la impresión que le produjo el paisaje, se muestra sorprendido y destaca la absoluta falta de conocimiento de la geografía circundante por parte de los lugareños. No sólo aquí, sino en general en toda la Provincia Marítima de Segura, a la que todavía los montes y sierra del Pozo seguían perteneciendo. Entresaco varios fragmentos del relato: “…fui dando un paseo hasta un cerro por encima del pueblo (se refiere más o menos a la parte de San Gregorio) para disfrutar de unas maravillosas vistas que no tienen igual. Me situé en una elevada explanada (…). Había una puesta de sol ‘gloriosa’. Dormí en casa de un señor muy respetable para el que yo tenía una carta de recomendación” (Me inclino a pensar que este señor debía de ser Matías Segura, el único con título de caballero en el lugar).

Y continúa relatando el viajero: “Aunque nos encontrábamos a los pies de la sierra, fue imposible obtener algún tipo de información precisa. No había nadie en el pueblo que conociera algo más que los alrededores”. Así pues, nadie fue capaz de decirle a Cook ni la distancia hasta Orcera, ni si había o no algún refugio en su camino. Más aún, al final el guía que lo tenía que haber llevado, probablemente un arriero, no se encontraba en el pueblo y el que se ofreció a llevarlo, un viejo soldado, efectivamente se perdió por la sierra con tan ilustre visitante. Pero antes de partir, Cook hace una última afirmación: “Mi anfitrión sabía tan poco como el resto, aunque desde este apartado rincón, conocía a la perfección lo que estaba ocurriendo por toda Europa”. Pues bien, si quitamos la fina ironía británica, lo que sí es cierto es que ni la clase dirigente ni el pueblo vivían ajenos a las vicisitudes históricas, si no de Europa, al menos de España.

Y una de esas vicisitudes nacionales seguían siendo las guerras carlistas. Si bien fue durante la primera guerra, como sabemos, cuando Pozo Alcón tuvo un mayor protagonismo con los ataques, por ejemplo, del general García o del jefe carlista, el temido Morilla, o los envíos de prisioneros carlistas a Baza por parte del general Laureano Sanz, sin embargo, los efectos de estas guerras y alguna que otra escaramuza militar continuaron. De esta forma, nos encontramos, durante la segunda guerra carlista entre 1846 y 1849, una noticia algo confusa y que habría que interpretar. Se trata de un comunicado de la Alcaldía de Cazorla que niega algunas noticias que corrían afirmando que los carlistas se habían sublevado en esa ciudad. En este comunicado, publicado en “El Eco del Comercio” el 2 de mayo de 1847, podemos leer: “Los nueve hombres armados y equipados que se suponían en estas sierras tan buenos y tan honrados, que no acometían a personas, heredades, ni familias, fue el complemento de la propuesta idea. Si se supone que un general fragua planes, que le apoya un pueblo notable y que aparece fuerza armada, la consecuencia que se sigue es la de que la sierra de Cazorla, aquella sierra que en los siete años de guerra civil fue baluarte de la libertad, es hoy por el contrario el foco del carlismo: alarmaos, pueblo, temed el triunfo de Montemolín (se refiere al rey carlista Carlos VI). ¿Y quién es causa de estos males? No ignoraría el articulista que los nueve hombres eran nueve andrajosos ladrones de Pozo Alcón, que habiendo robado entre Alamedilla y Pedro Martínez, partido de Guadix, hiriendo a un arriero y después a un guarda de las salinas de Hinojares, terminaron con esto la carrera de sus crímenes, merced a la activa persecución que sufrieron por la guardia civil y autoridades de este partido. Siete de los bandidos se hallan en las cárceles de Guadix y los dos restantes se cree hayan abandonado el país, porque de no ser así ya habrían caído en alguno de los muchos lazos que se le tienen tendidos”.

Esta fue la versión de la prensa gubernamental para la que no había nada de una partida carlista por la zona, sino “nueve andrajosos ladrones de Pozo Alcón”. Pero resulta que ésta era la forma habitual de referirse a las partidas de carlistas. En mi opinión, bien pudieran ser verdaderamente guerrilleros carlistas. 

Y vamos a ocuparnos ahora del papel de la Iglesia durante este periodo. La Iglesia, tanto en su dimensión física de edificios y diezmos, como en su dimensión institucional, siempre ha sido y sigue siendo un centro de poder en Pozo Alcón, a veces muy por encima del mismo poder civil y municipal, como fue el caso del párroco Hipólito de la Gándara en 1884 o, ya más cercano a nosotros, la época del franquismo con Máximo Marín (don Máximo) y otras situaciones.

Para analizar el papel de la Iglesia aquí, en el S. XIX, tenemos que contextualizarla, lógicamente, dentro del Adelantamiento de Cazorla y su dependencia no sólo espiritual del Arzobispado de Toledo. Y para ello, nos fijaremos en el estudio de Manuel Gutiérrez García-Brazales, “La Vicaría de Cazorla durante el Pontificado del Cardenal Pedro de Inguanzo (1824-1836)”.  El cardenal Inguanzo se caracterizó por su oposición frontal a las corrientes liberales que se iban imponiendo y por su ideal de unión entre el trono y el altar, es decir, el Rey -o el Estado- y la Iglesia. Para controlar la situación y al clero, que a veces se inclinaba hacia el liberalismo, nombró como vicario en el Adelantamiento de Cazorla a Francisco Herreros Magaña, hombre de su absoluta confianza, para intentar corregir aquellas “desviaciones”. Así, podemos leer en el estudio reseñado: “La vicaría de Cazorla –como la de Huéscar- no gozaba de buena fama en las altas instancias curiales de Toledo (…) y era señalada como una de las más relajadas de la diócesis. A su clero se le achacaba incontinencia, olvido de sus deberes ministeriales, malversación de fondos y entregarse a ocios y negocios impropios de clérigos”.

Si a todo esto le añadimos las bajas rentas que se obtenían en estas parroquias y la ignorancia general en el bajo clero, el cóctel era explosivo y ciertamente preocupante para las autoridades religiosas. A esta situación se enfrentó Herreros Magaña y a tal fin, entre otras cosas, en 1848, había establecido en la Vicaría “cuatro Academias de Moral, una esta Capital (Cazorla), otra en la Villa de Santo Tomé y, otras dos, en las villas de Quesada y Pozo Alcón, atendidas las distancias, ríos y escabrosos terrenos de estas sierras”.

Y ¿cuál era el fin de estas Academias? El propio Herreros lo deja claro en su comunicación al Vicario General de Toledo: “(…) para restaurar el nervio de la disciplina eclesiástica y la acción o fuerza moral de los Vicarios, tan debilitada en estos últimos tiempos (…) y para rectificar y corregir las opiniones avanzadas y erróneas con que algunos párrocos, reputándose más que obispos, se han atribuido facultades que no tienen”.

Pero el verdadero escándalo se produjo más tarde, en 1884, y tuvo como protagonista al párroco Hipólito de la Gándara. Ese año, el 21 de abril, el vicario eclesiástico de Cazorla informa sobre las diligencias que ha practicado, durante 7 días, de la conducta de este párroco. Se le acusaba de ejercer un poder caciquil sobre todo el pueblo de Pozo Alcón, incluidos el alcalde (José Rodríguez) y el juez municipal (Francisco Rufo Fernández). También se hablaba de su imprudencia al elegir “amas” demasiado jóvenes y bien parecidas, de familias “poco recomendables”. Se le acusaba además de conducta violenta, despotismo e incluso de estar alcoholizado y no llevar una administración regular, siendo muy pobre su trabajo de predicación y otros deberes. (Todo el expediente se encuentra en el archivo de la catedral de Toledo y fue recogido por Cristóbal Robles Muñoz en “El impacto de la Revolución de 1868 en el estado religioso y moral del pueblo”). Es obvio que algunos detalles concretos no son generalizables, aunque lo que recoge este informe no era nada raro durante aquellos años. Y no sabemos exactamente cuál fue la sanción – si hubo alguna- que se le impuso; el caso es que este párroco continuó ejerciendo en Pozo Alcón algunos años más.

Mientras tanto, con el transcurrir de los años, las fichas del ajedrez de la política española se habían movido y las reglas del juego habían cambiado dando un vuelco al tablero. Todo lo cual desembocó con el fin del reinado de Isabel II, que fue expulsada, por la Revolución de 1868 “La Gloriosa”. A ésta siguieron 6 años vertiginosos con el breve reinado de Amadeo I de Saboya, al que siguió la proclamación de la I República en 1873 y la Restauración borbónica al final del año siguiente. Los cambios fueron recibidos aquí con la total indiferencia que cualquier cambio podía suponer en un pueblo mayoritariamente analfabeto, acostumbrado al trabajo y a la pobreza; excepto en aquellas personas jóvenes, cultas y conscientes que veían en ésta la oportunidad de cambiar España. Así, en 1871, se constituye el “Comité Progresista democrático radical”, fundado por Manuel Ruiz Zorrilla, masón del grado 33 y gran maestre del Gran Oriente de España. Ruiz Zorrilla ocupó los ministerios de Fomento y de Gracia y Justicia en el gobierno provisional tras la “Revolución Gloriosa” de 1868, que expulsó a Isabel II del trono y posteriormente fue jefe del gobierno con el rey Amadeo I de Saboya. Tras su dimisión, el 24 de octubre de 1871, el Comité Progresista democrático, Ayuntamiento popular, el juez fiscal y el secretario municipal de Pozo Alcón le dirigen el siguiente escrito, publicado en el diario “Iberia”:

Observamos en este escrito la identificación total con el jefe del partido, y el reconocimiento de su labor gubernamental que, entre otras, incluía sus actuaciones en el campo de la educación con la idea de “libertad de enseñanza”, con especial atención a la enseñanza primaria porque, como afirmaba, “un pueblo no puede ser libre si no tiene educación suficiente para conocer sus derechos y practicarlos con entera conciencia”; además, decretó la secularización de las bibliotecas y archivos religiosos, que pasaban al Estado, o la creación de las “bibliotecas populares, para la difusión del saber entre la mayoría”. Otras medidas que tomó fueron el “recurso de casación” o el matrimonio civil. Con todas estas medidas e ideales se identifican sus correligionarios poceños en este escrito, y con razón fue declarado como manifiesto anticlerical y enemigo de la Iglesia.  Y ahora, si nos fijamos en los nombres que aparecen, observaremos que entre ellos se encuentra el propietario Justo García, quien, con el nombre simbólico de Franklin, será uno de los miembros de la logia masónica “Estrella Flamígera” de Pozo Alcón.

Tras la abdicación de Amadeo I y el golpe militar de Martínez Campos, Ruiz Zorrilla se exilia en desacuerdo con la “Restauración borbónica” con Alfonso XII. El partido político se divide, surgiendo una escisión, el Partido Constitucional, de Práxedes Mateo Sagasta, que también había sustituido a Ruiz Zorrilla como gran maestre del Gran Oriente de España. En estas circunstancias, el partido se rehízo en Pozo Alcón, según podemos leer en el periódico “Iberia” en 1879:

Y otra vez podemos observar la presencia de un masón, el médico Nicolás Quiñones, miembro también de la logia poceña con el nombre simbólico de Patria. Así pues, tenemos ya otros elementos básicos, el Partido Progresista y el Partido Constitucional, que formarán parte de aquel “ambiente propicio” del que hablábamos en el artículo sobre la logia “Estrella Flamígera” y con el que se encontró José Pérez Jimena, el Venerable Maestro fundador de la masonería en Pozo Alcón.

El Partido Constitucional, más moderado y aceptando la monarquía como forma de gobierno, según se recogía en la Constitución de 1869 vigente, se consolidará definitivamente en 1884, como podemos leer:

Todavía hubo un partido más, éste de carácter republicano. Se trata del Partido Republicano Centralista, que había sido fundado por el andaluz Nicolás Salmerón. Sabemos, por una referencia periodística, que en 1895 el vicepresidente de este partido en Pozo Alcón era Juan Rodríguez García. Sin poder afirmarlo rotundamente, creo que el presidente podría ser el muy activo luchador político y farmacéutico del pueblo, Ángel Benavides.     

Por otra parte, las fuerzas católicas también se habían ido reagrupando. El 15 de octubre de 1895 se funda el “Comité Católico Nacional de Pozo Alcón”. El Partido Católico Nacional o Partido Integrista fue fundado en 1888 por Ramón Nocedal, como una escisión dentro del carlismo. Recordará el lector que Ramón Nocedal ya había aparecido en nuestra historia (ver artículo XXIII), cuando el cura Francisco Javier Moreno, que se presentaba como su “capellán y correligionario”, le dirigía una efusiva carta en la que los ideales carlistas (Dios, Patria y Rey) quedaban bien a las claras. Pues bien, ahora, 7 años después, se constituía en Pozo Alcón ese mismo partido, con la unión de los llamados neocatólicos y sectores carlistas, cuyos ideales eran prácticamente los mismos: la fe católica más integrista y una sagrada misión para unir la Iglesia y el Estado. He aquí el acta de fundación del partido con todos sus cargos e ideales :

Vamos a ir terminando este artículo no sin antes recordar que todas estas fuerzas se irán reagrupando después. La gran mayoría de ellos se integraron en los dos partidos mayoritarios del régimen de la Restauración borbónica, que son el partido liberal y el partido conservador; mientras que las fuerzas más católicas se organizarán en torno a la llamada Comunión Tradicionalista, que será una de las líneas más activas y afines al golpe de Estado de 1936.

José Manuel Leal

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