13 de septiembre de 2024

Opinión. Pozo Alcón: La Historia y sus gentes. LIV

CONSEJOS DE GUERRA IV

“El Pajarillo”, “el Moya” y otros

Los hechos y circunstancias que rodearon el tiroteo de ocho falangistas huidos de Yeste, ocurridos el 8 de agosto de 1936 en el río Guadalentín, en el lugar conocido como la Abajadilla, son ya conocidos. En otro artículo (https://loquepasaenpozoalcon.es/pozo-alcon-la-historia-y-sus-gentes-xxxviii/) vimos quiénes fueron los asesinados y el malherido, así como un listado de milicianos poceños que habían participado, según los informes contenidos en la Causa General. Y quedó patente también allí que había sido un crimen impulsivo, en el que la masa de milicianos foráneos, y no sabemos por ahora si alguno local, dispararon casi sin previo aviso al grupo de los ya detenidos. Fue un acto colectivo, con lo que eso implica a la hora de establecer posibles responsabilidades. Ahora, en esta primera parte, veremos cómo se fueron amañando y apañando las distintas acusaciones e informes para los Consejos de guerra. Y después trataremos también de dilucidar otras dos cuestiones importantes, como son el asunto esencial de si los de Yeste iban armados o no y el de la participación efectiva de algún miliciano poceño en los asesinatos.

Vamos a comenzar este estudio partiendo de la versión oficial que las autoridades locales dieron del suceso:

“Que, según los informes adquiridos por los agentes de mi Autoridad, el asesinato de los siete falangistas en este término municipal ocurrió en la forma que a continuación detallo, habiendo intervenido quienes expreso: el día 8 de agosto de 1936 llegaron al molino de los Puentes ocho personas que solicitaron del dueño les dejara descansar en el mismo y les diera de comer, a cuyo efecto pidieron jamón, que les fue negado por manifestar los dueños Prudencio y Félix Monge Moreno que no tenían, sirviéndoles por el contrario café. Acto seguido, se acostaron siete de ellos y el octavo quedó conversando con los dueños y a poco un criado del molino, JULIÁN CRUZ GARCÍA, alias “Pinganote”, salió y avisó que se encontraban en el molino ocho fascistas forasteros acudiendo seguidamente JOSÉ MORENO GUERRERO,(a)”el Lobo”, FRANCISCO GÁMEZ CRUZ (a) “Castañetas”, MARIANO FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ (a) “el Mortero”, JUAN FRANCISCO MORENO CARMONA, CAYETANO IRUELA MORENO, (a) “el Tano”; que se encontraban haciendo guardia en un sitio próximo al lugar donde tuvo ocasión el luctuoso suceso, en tanto que JUAN MONDRAGÓN RUBIO que estaba con éstos venía al pueblo a avisar a las gentes la existencia de los fascistas en el molino citado. Los primeros en llegar al lugar fueron: JUAN FRANCISCO MORENO, CAYETANO IRUELA (a) “el Tano” y FRANCISCO GÁMEZ CRUZ (a) “Castañetas”, penetraron en el cortijo y procedieron a maniatar a los forasteros quienes entregaron como regalo por la promesa de que no los asesinarían, unos prismáticos y un reloj de pulsera a JUAN FRANCISCO y un reloj a “Castañetas”. Cuando no habían hecho nada más que salir y venían en dirección del pueblo, llegó un grupo de gente entre los que se encontraban gran número de elementos forasteros, que había en el pueblo, y procedieron a disparar. De las referencias que se tiene del suceso, disparó: Juan Francisco Moreno Carmona, Cayetano Iruela, Mariano Fernández (a) “el Mortero”, Francisco Gámez (a)”Castañetas“ y José Moreno Guerrero (a) “el Lobo”, y estuvieron en aquellos lugares, José Navarro Ruiz (a) “el Cojo de la Gorriona”, Juan Mondragón Rubio, José Iruela Lara (a)“el Alcaldillo”, Eleuterio Fernández Quiñones, Diego MédelFontarosa, Juan Navarro Lara, Esteban Bustos Martínez, José Ramón Bustos García. Los asesinados fueron siete, llevándose a uno, que luego por orden del Comité fue asistido en el hospital a consecuencia de las heridas recibidas. Cometido el asesinato, intentaron la quema de los cadáveres a cuyo efecto José Navarro Gómez (a) “el Pelele” subió al lugar donde se encontraban la gasolina”.

Este es el informe emitido por el alcalde, Antonio Jurado, el 30 de noviembre de 1940, sobre el que volveremos más adelante. Pero ahora podríamos preguntarnos cómo y de qué manera habían llegado las autoridades franquistas a aquellas acusaciones y a aquella falsa reconstrucción de los hechos. Y la respuesta no es otra que a través de las amenazas, coacciones, torturas y todo tipo de vejaciones a los detenidos; hasta tal punto que algunos como Juan Moreno Salazar (m. 03/06/1939) y Pedro Hortal Moreno (m. diciembre 1940) prefirieron ahorcarse en el calabozo, según la versión oficial, o, lo que parece más probable y cierto es que fueran ahorcados en aquellas mazmorras. Y también estaban las falsas acusaciones (“…enbeneficio de la Justicia del Caudillo”), que no eran más que venganzas por asuntos personales. Y, como ejemplo paradigmático de las manipulaciones y tergiversaciones de las declaraciones de los acusados torturados, sobre las que se montará todo el relato de lo supuestamente sucedido, veamos el juicio de Antonio Salazar.

Antonio Salazar Llamas, alias “Pajarillo”, nació el 16 de abril de 1905, así pues tenía 32 años cuando comenzó la guerra; era campesino y estaba casado con Isabel Muñoz Moreno con la que tenía tres hijos. Vivía en la calle San Sebastián Nº 14.

El “Pajarillo” fue detenido el 30 de marzo de 1939 por falangistas locales y estuvo en los calabozos durante cerca de cuatro meses hasta que se presentó la denuncia. El 11 de julio de aquel año el alcalde presenta la denuncia acusándolo de haber participado en la matanza del río.  Esa era la única acusación, sin nada de registros ni saqueos ni maltratos a personas de derechas. Al día siguiente, Antonio Salazar declara ante las autoridades militares de Pozo Alcón. He aquí la supuesta declaración, porque fue totalmente tergiversada desde el principio.

Según esta declaración y en síntesis, el acusado se encontraba de guardia por la zona del Terraplén con otros y que fue al molino y vio disparar a “Castañetas”, “el Lobo”, a “Mortero” y a Juan Francisco Moreno Carmona, al que llama “el de Daniela”. Pero esto es totalmente falso porque realmente ese día Antonio Salazar Llamas estuvo en su casa, dentro del pueblo.

Antonio Salazar fue enviado a Jaén, pero en el maremágnum de las saturadas cárceles de la ciudad, “el Pajarillo” no aparecía por ninguna parte, hasta el punto de que en 1941 las Autoridades judiciales de Jaén tienen que preguntar a las locales y éstas a la familia para saber exactamente dónde se encontraba el recluso:

El proceso siguió su curso y todos los testigos de derechas coinciden en que ese día se encontraba en el pueblo y no salió de su domicilio; mientras que otros testigos, que sí habían participado y estaban en prisión, aseguraban que “el Pajarillo” no había estado presente en los asesinatos. Peo no le sirvió de mucho, y así el 30 de abril de 1942, ya desesperado por su situación personal y familiar, solicita –con la caligrafía de otro recluso que se dedicaba a esos menesteres- la libertad provisional, que le es denegada porque la supuesta pena a la que pudiera ser condenado era superior a 12 años y un día.

Antonio Salazar Llamas vuelve a declarar ante el juzgado el 2 de junio de 1942 en Jaén, en la que niega la declaración inicial y, por tanto, su participación y conocimiento de los hechos:

Y es a partir de entonces cuando cambia la suerte de este paisano porque tanto el fiscal como el auditor no ven delito alguno. Es muy infrecuente en estos Consejos de guerra esta posición de la fiscalía que afirma que las declaraciones del acusado fueron tergiversadas:

De esta forma, el 10 de septiembre de 1942 fue puesto en libertad. Había estado en la cárcel 3 años y 5 meses por una acusación falsa, y, mientras tanto, ya se había urdido el relato acusatorio para muchos milicianos republicanos.

Volvamos ahora al informe inicial, una vez que sabemos con qué falsedades y manipulaciones se fueron tejiendo las acusaciones, para centrarnos en los que fueron acusados de haber disparado a los falangistas detenidos. Los acusados fueron: Juan francisco Moreno Carmona (a) “Botella”, Cayetano Iruela (a) “Tano”, Francisco Gámez (a) “Castañetas” y José Guerrero Moreno (a) “el Lobo”. Cinco milicianos poceños, ninguno de los cuales será condenado por haber disparado, como veremos oportunamente. Por el contrario, observamos que entre los nombres de la versión oficial en 1940 no aparece Antonio Salazar Llamas, quien supuestamente había declarado su participación y la de otros en el crimen; pero sí aparece, como mero espectador, Esteban Bustos Martínez, quien nos dará la clave sobre el asunto de la participación efectiva de algún poceño en los asesinatos.

La participación de milicianos poceños en estos hechos es controvertida y discutida desde el principio. Y, para verlo, vamos a ocuparnos del juicio a Esteban Bustos.

 Esteban Bustos Martínez, alias “Moya”, era un jornalero nacido el 3 de agosto de 1883. Tenía pues 53 años al inicio de la guerra. Estaba casado con Natividad García González y tenía tres hijos. El “Moya” fue detenido el 1 de mayo de 1939 y el 9 de agosto fue enviado a Cazorla. En principio, no había ninguna acusación especialmente grave en su contra (izquierdista, miliciano escopetero y poco más).Pero las cosas empiezan a torcerse para él porque en otro juicio, el del “Castañetas”, aparece su nombre entre los que se encontraban en el lugar. Y todavía mucho peor, aparece otro informe de Joaquín Perea Lara (empleado municipal) en el que se le acusa de que el mismo “Moya” se había autoinculpado, en una discusión mantenida en Jódar, de haber rematado a dos de los falangistas heridos. Su declaración dice textualmente: “Que conoce al encartado, Esteban Bustos Martínez, perteneciente a la UGT con anterioridad al Glorioso Movimiento Nacional, y una vez iniciado se afilió a la CNT sin que haya desempeñado cargo directivo alguno. Miliciano armado en los primeros momentos de la revolución, interviniendo en cuantos desmanes se cometieron en aquellos tiempos. Por propias manifestaciones del encartado sabe que intervino en la muerte de los siete falangistas procedentes de Yeste que fueron asesinados en el Molino de la Abajadilla.  Que en otra ocasión en que el declarante estaba hospedado en una posada de Jódar, el encartado discutiendo con unos milicianos de ésta y a manifestaciones de éstos de que las milicias del Pozo no se habían portado como hombres, les dijo que eso era incierto y como prueba tenía de que él mismo había asesinado a dos individuos…”

Y esta discusión en la que pretendía defender la hombría de sus paisanos, fanfarroneando sobre su propia participación, le va a costar muy caro al “Moya”. En su declaración realizada en Úbeda el 23 de abril de 1940, podemos leer su poco convincente explicación: “…el día en que ocurrieron los hechos (…) se encontraba el declarante en una huerta que posee el declarante a poco más de un kilómetro del citado molino y a pesar de la proximidad no oyó los disparos, no obstante haberse enterado después que habían sido muy numerosos y hasta las 5 de la tarde de aquel día no tuvo noticias del hecho a pesar de haber ocurrido a las 8 de la mañana aproximadamente, y no padecer ningún defecto de oído”.

De esta forma tan poco creíble, Esteban Bustos niega haber estado en el lugar de los hechos y mucho menos haber rematado a nadie. Pero en realidad sí había estado allí. La cuestión estaría en si “el Moya” llegó a disparar o no sobre uno o dos moribundos, y la respuesta creo que es que no. De hecho, además de que en la sentencia no se da por probado tal extremo, tenemos que el único superviviente de los ocho falangistas refugiados en el molino de los Puentes, el llamado Podio Ruiz, fue traído malherido al pueblo para ser curado, lo que demostraría definitivamente que no hubo tal remate de los fascistas tiroteados.

Finalmente, Esteban Bustos fue juzgado en Jaén el 8 de junio de 1942. El primer resultando de la sentencia da por “probado y así se declara que el procesado (…) formaba parte de un grupo numeroso de milicianos que dieron muerte (…) creyéndose que el procesado llegó al lugar del hecho después de cometido el asesinato, rematando con un disparo de arma de fuego a una de las víctimas, si bien este extremo no se acredita suficientemente en las actuaciones sumariales y sí que en ocasión de estar discutiendo el procesado con otros milicianos de Jódar que le imputaban no se habían portado como hombres los milicianos del pueblo del procesado, éste manifestó jactanciosamente que él había dado muerte a dos individuos”.

Y en la sentencia dice: “Fallamos: que debemos condenar y condenamos al procesado Esteban Bustos Martínez a la pena de RECLUSIÓN PERPETUA, como autor responsable de un delito de adhesión a la rebelión militar”.

Desconocemos a partir de aquí, como en otros muchos casos, cuál fue el futuro de Esteban Bustos. En principio, en la legislación de entonces la cadena perpetua se sustanciaba en el cumplimiento íntegro de 30 años de prisión, sin derecho a beneficios ni reducción de pena, por lo que “el Moya” pasaría bastante tiempo en aquellas inmundas cárceles. Pocas veces unas palabras dichas en una discusión habían producido tales consecuencias.

Cambiemos ahora de asunto. Planteábamos al principio el tema de si los falangistas iban armados o no, cuestión ésta de la mayor importancia. Si iban armados, cualquier justicia militar de la época permitía que todo civil enemigo armado en época de guerra fuera inmediatamente fusilado; si no iban armados, sí podría considerarse un asesinato. Por este motivo, en ningún momento de las declaraciones transcritas por las autoridades franquistas se recoge el que los de Yeste fueran armados, a lo más que fueran cacheados. Pero resulta que, al padre de los hermanos Lozano Guerrero,. las autoridades locales le habían contado una historia diferente, posiblemente para dar a las muertes de sus hijos un halo de gloria y fervor guerrero. De esta forma, y con la información que le habían suministrado desde Pozo Alcón, en su denuncia de 1939 dice: “… al tener encuentro con las milicias rojas (…) fueron atacados duramente. En el desconcierto que se produjo llegaron al referido molino para ocultarse (…), pero dada cuenta al Frente Popular de Pozo Alcón (…) llegaron las milicias y sin poder defenderse ante la numerosa fuerza fueron asesinados…”

Pero, aunque realmente los hechos no se desarrollaron así, sí que nos señala que iban armados, porque “un encuentro” en términos militares es un enfrentamiento armado. Y en otra declaración que este padre hace al año siguiente dice: “…procedieron a la detención de los ocho falangistas a los que desarmaron y ataron llevándoselos conducidos al pueblo”.

Hasta aquí creemos que ha quedado suficientemente demostrada la frecuente falsificación de las declaraciones de los acusados. Como también ha quedado demostrado que los falangistas iban armados y que, casi con total seguridad, ningún poceño intervino en los asesinatos. En la segunda parte de este estudio trataremos de establecer la exacta cronología de los hechos y la verdadera participación de cada uno de los implicados.

José Manuel Leal

Nota: El siguiente artículo aparecerá, de manera excepcional, en la próxima semana a fin de que el lector pueda tener más cercanos la numerosa información, nombres y actuaciones que estamos manejando.                

4 comentario en “Opinión. Pozo Alcón: La Historia y sus gentes. LIV

  1. José Manuel, tanto estudio detallado merece un libro para que conozcamos mejor esa historia nuestra que a trocitos nos vas desvelando. Estás tardando….

    1. Jajaja. A ver si un día de éstos nos ponemos. Me faltan todavía varios detalles sobre los orígenes del pueblo y otros; pero, espero que a no mucho tardar – que ya estamos tardando- pueda haber una historia más o menos correcta.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.