3 de diciembre de 2024

Pozo Alcón: La Historia y sus gentes. XXXIX

Foto: Lugar del Retamar donde se ubicó el campo de aviación

LA VIDA COTIDIANA DURANTE LA GUERRA (I)

Por José Manuel Leal

Con la llegada del destacamento al mando del comisario político, Alfonso Fernández Torres, y los Guardias de Asalto, la situación y la legalidad quedaron totalmente reestablecidas. El hecho de que Pozo Alcón, un pueblo serrano de relativa riqueza agrícola quedara, durante toda la guerra, en la retaguardia de las fuerzas republicanas, lo convirtió en un lugar de abastecimiento tanto de sus productos tradicionalmente obtenidos en la Sierra – la madera, el alquitrán vegetal y, sobre todo, el carbón a gran escala- como de sus apreciados productos agrícolas – aceite, remolacha, habichuelas y cereales-. Muy probablemente se siguiera extrayendo también algo de hierro en la “mina del Conejo”. De esta forma, Pozo Alcón colaboraba en “el esfuerzo de guerra”; lógicamente, además hubo una movilización general de jóvenes y hombres que partieron para los distintos frentes, pero a este tema le dedicaremos más tiempo en su momento oportuno. 

Por otra parte, la pasada matanza del cortijo de la “Abajadilla” debió de producir un fuerte impacto en el Comité del Frente Popular y milicianos locales, y un lógico miedo en los detenidos imaginando la suerte que ellos mismos también pudieran correr. Y es que, además, ya había habido un amago de fusilamiento en el Fontanar con el joven sacerdote Horacio Moreno. Cuenta la versión oral que, a este hijo de una familia acomodada, unos milicianos le obligaron a cavar su propia fosa. Los milicianos trataban de obligar al joven sacerdote para que blasfemara a cambio de su vida; el cura se negó y dijo que él podía quemar un libro sagrado, como habían hecho otros, pero de ninguna manera blasfemar. Entonces intervino el alcalde pedáneo, Reyes Gámez. El tío Reyes, usando la figura de Don Quijote, les dijo que lo dejaran, que estaba loco, que todo le daba igual y que de leer tantos libros se le habían secado los sesos. El caso es que los convenció y el sacerdote pudo salir de aquella situación.

Por lo demás, la vida de los detenidos y otros controlados por su actividad política tuvo que acomodarse a su nueva situación. Muchos detenidos fueron conducidos, en los primeros días, por milicianos armados para cavar trincheras y hacer montículos por la zona de la Cruz de San Gregorio y actual matadero. En este punto, tenemos que recordar que, tanto en Castril como en Huéscar, el levantamiento rebelde había triunfado, con el apoyo de la Guardia civil, desde el 23 de julio hasta el 3 de agosto en que se rindió la guarnición de Castril. De allí podía venir el peligro y por eso se realizaron labores militares de defensa en Pozo Alcón. Después de su rendición a las fuerzas republicanas, alrededor de 30 guardia civiles que se habían concentrado en Huéscar pasaron por el actual pantano del Negratín intentando huir hacia Granada, hasta que fueron detenidos y fusilados cerca de Huélago. Algunos de ellos pudieron huir, y el periodista Gabriel Pozo Felguera, en un reportaje sobre los granadinos asesinados en los pozos de Tabernas, cita a un guardia civil del puesto de Castril, Manuel Cabello Romero, quien llegó andando hasta Pozo Alcón y, al parecer, aquí fue ejecutado, de lo cual no tenemos ninguna otra referencia. Además, se dio el caso de otro guardia civil del puesto de Gorafe, Manuel Romero,  que huyó hasta llegar al Fontanar, donde fue ocultado durante toda la guerra por el alcalde pedáneo Reyes Gámez. También estuvo escondido en una buhardilla de su casa en el Fontanar durante toda la guerra Antonio Gómez Montes, que se refugió allí con sus hijos, a todos los que tenían que mantener su mujer y otra hija, muy probablemente también con la ayuda del tío Reyes.

Siguiendo el principio revolucionario, aunque de resonancias evangélicas, establecido por Lenin, según el cual “El que no trabaja no come”, tanto los hombres como las mujeres de derechas fueron enviados a tareas esencialmente agrícolas (recogida de aceituna, descocotar remolacha, recogida de garbanzos, escarda, etc.). También se utilizaron prisioneros para la limpieza y mantenimiento del canal Iturralde y acequias de distribución. El párroco, Andrés García Asenjo, por ejemplo, después de haber sido localizado en su escondite, estuvo dedicado al trabajo con el esparto en el que, al parecer, era bastante hábil.

El siguiente artículo, publicado por el cronista MAQ recién terminada la guerra, el 9 de julio de 1939, en el Ideal de Granada, ofrece la visión franquista sobre el trabajo al que fueron obligadas las “señoritas” de derechas durante la guerra; pero, antes, una observación personal: las quejas y agravios que hace el cronista podrían resultar insustanciales en el contexto de una guerra civil tan cruel como fue la española.

El texto, según leemos, está repleto de los tópicos con que se acusaba a los republicanos vencidos: “trienio rojo”; “refinamiento cruel y rencoroso”; o el enfrentamiento entre “la fuerza moral de la Religión cristiana” frente a los “himnos revolucionarios compuestos por el odio” que entonaba el guía, guarda rural, presentado con rasgos de sádica maldad mientras llevaba a las “señoritas” a trabajar en el campo. En fin, se detiene y recrea en ese dolor -aunque en realidad sólo habían andado durante una hora hasta llegar al “garbanzal del cura”: “Las piedras martirizaban los pies y las espinas se clavaban en la carne…”.

Con todo, lo más importante del artículo es que una vez más constatamos la existencia de dos facciones diferenciadas dentro del bando republicano. Se trata de los dos grupos de poder, uno controlado por la UGT y mayoritario en el Comité local del Frente Popular; y otro, más inclinado a la acción directa, de corte anarcosindicalista, incluido dentro de la CNT: “Pero no habían implantado aún el refinamiento cruel y rencoroso de hacer trabajar a las “señoritas” en el campo. Habían hecho, sí, un ensayo que no tuvo éxito por la oposición de algunos servidores del marxismo, que no quisieron se repitiera la experiencia de haberlas llevado un día a helarse las manos en la cogida de aceituna y la limpieza de remolacha, sin beneficio para la economía bolchevique. Sin embargo, otros no pensaban así. Y esperaron la ocasión propicia para hacer trabajar en las rudas faenas del campo a todas las mujeres que ellos conceptuaban como señoritas…”.

Uno de los primeros asuntos del que se ocuparon las nuevas autoridades revolucionarias fue el de la Reforma Agraria o reparto de la tierra. Bajo la vigilancia de los milicianos, elementos derechistas, con conocimiento de ello, fueron dedicados a la medición de fincas y formación de parcelas, que después fueron asignadas por el Comité, con los criterios que fueran, entre campesinos y braceros. Aquellos “pobres desgraciados” de los que hablaban las actas municipales y que muchas veces tenían que vivir de la caridad de los propietarios, ahora se habían hecho con el poder político y el control de los medios de producción. Eran parias de la tierra, como los padres de los milicianos Cipriano Moreno Llamas o Florentino Díaz Blázquez, que aparecen en los archivos de la CNT:

 Con anterioridad a estas asignaciones de tierra, las dos fuerzas sindicales, UGT y CNT, se habían repartido las distintas zonas de influencia y poder. El siguiente informe que aparece en la Causa General detalla algo más la situación:

El documento nos resulta muy interesante por distintos motivos. Observamos, en primer lugar, que aquella sociedad de “propietarios” que el franquista  Óscar Bustos dibujaba en 1935, no se correspondía con la realidad; no había 1300 propietarios, de los 1450 vecinos – concepto éste que hay que entenderlo como cabezas de familia y no habitantes-. La realidad es que sólo había un puñado de grandes propietarios, con la Sociedad Lazo, Pacheco y Martínez a la cabeza, y particulares, como Francisco Antiñolo o Francisco Vela, mientras que la mayoría de las fincas las trabajaban “los cultivadores de la localidad”, en calidad de arrendatarios, quienes a su vez pagaban el salario a los braceros. Observamos también, además de las incautaciones de bienes a Manuel Torres y a su hijo Juan Torres Carmona, o a Augusto Lidueñas, y también la incautación de las tres fábricas de electricidad, obervamos –decíamos- cómo las fincas propiedad de la Sociedad Lazo…se repartieron en una colectividad anarquista de la CNT. A esta colectividad le correspondieron, entre otras, las ricas tierras situadas en el Rubial y otras en torno a la “Casería”, en el límite provincial.

La confirmación de la existencia de esta colectividad anarquista, integrada en La Federación Regional de Campesinos de Andalucía, de la CNT, nos la proporciona el dirigente anarcosindicalista andaluz Antonio Rosado en sus memorias, que llevan por título “¡Tierra y Libertad! Memorias de un campesino anarcosindicalista andaluz”. En septiembre de 1937, Rosado visita Pozo Alcón al ser reclamada urgentemente su presencia por el encargado administrativo de la Colectividad Agrícola. Escribe en sus memorias:

“Teníamos una llamada con apremio, solicitando la intervención de la Federación Regional en un serio conflicto entre las fuerzas armadas del sector de Granada y la Colectividad de Pozo Alcón (…). A las 3 de la tarde, en Pozo Alcón, nos encontramos con el encargado administrativo de la colectividad agrícola. Éste nos informó del objeto de su llamada, que consistió en que las fuerzas del ejército proyectaban construir un campo de aterrizaje para la aviación en la única tierra apta para los cultivos, base única de la cual dependía la Colectividad y el sostenimiento de la población. Partimos seguidamente para dichos terrenos y, efectivamente, estaba justificada la preocupación de los productores de aquella Colectividad, incluso de las autoridades del pueblo. Pero la guerra…era la guerra. Tomamos buena nota de todo y prometimos gestionar la solución del problema”.

No sabemos con exactitud las gestiones que Rosado pudo hacer en Valencia ante el gobierno de la República, que había huido de Madrid. Lo cierto es que el proyectado aeródromo, que el ejército tenía previsto construir en el cejo del Retamar y cuya construcción afectaría prácticamente a toda la cañada de los Aljibes, al final no entró en funcionamiento a pesar de lo adelantado de las obras. Las gestiones de Rosado consiguieron que, a pesar de las necesidades militares, esas tierras no fueran convertidas en zona militar, destrozando así la mayor parte de la tierra apta para la agricultura de Pozo Alcón y Cuevas del Campo. Aunque también es muy posible que esta decisión de no construir el aeródromo estuviera fuera de toda lógica militar, teniendo en cuenta además la cercanía del frente granadino, en manos de los rebeldes desde el principio de la guerra. 

   José Manuel Leal

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