Foto: Españoles en un campo de concentración francés. Periódico Público
EL FINAL DE LA GUERRA: VENCIDOS Y PRÓFUGOS
Los últimos días de la República, derrotada desde el punto de vista militar, fueron realmente caóticos. El 28 de marzo de 1939, un grupo de franquistas, encabezados por el cazorleño Lorenzo Polaino, se hizo con el control de la Comandancia Militar de Úbeda y, desde allí, se ordenó a todos los alcaldes de su jurisdicción que entregaran el poder a los elementos más significativos de derechas constituidos en las Comisiones Gestoras franquistas. (Recordemos aquí que L. Polaino ya había tenido alguna relación anterior con Pozo Alcón pues en una de sus obras, “El adelantado de Cazorla”, había publicado el artículo de Óscar Bustos, quien en 1935 realizaba un análisis, realista en algunos aspectos y totalmente idealizados en otros, sobre la situación social, política, cultural y económica de Pozo Alcón; también mantuvo relaciones literarias con el cronista Manuel Antiñolo Quiñones).
La provincia de Jaén fue la última en ser ocupada por las tropas franquistas, y los pueblos de Quesada, Hinojares y Pozo Alcón, de los últimos de todo el país, y en cualquier caso una semana después de la entrega del poder y dos o tres días más tarde del 1 de abril –fecha oficial del final de la guerra-. Y una vez más en la Historia, su situación geográfica convirtió a Pozo Alcón en lugar obligado –en realidad, el único- para la huida de los jiennenses republicanos en la búsqueda de los puertos de Alicante y Cartagena para abandonar España. De esta forma, durante varios días y noches, multitud de camiones, vehículos y gente a pie atravesaron el pueblo en dirección a Baza, último punto de abastecimiento republicano en esta zona. Los puentes sobre el río Turrilla, construido por el ingeniero José Acuña, y sobre el río Grande (en el actual pantano del Negratín), construido por el ejército republicano en 1938 –tan deseados y pedidos por el pueblo durante tantos años- facilitaban ahora la huida de los perseguidos. Por aquí escaparon muchos como, por ejemplo, el anarquista A. Rosado, quien ya había estado antes en Pozo Alcón para tratar el tema del aeródromo ya ejecutado, aunque nunca llegó a ser operativo.
Y fue en el amanecer del día 29 de marzo –el mismo día en que se constituyó la Gestora franquista en Pozo Alcón- cuando se produjo el paso de la última gran caravana de los vencidos, que despertó a todo el pueblo. Se trataba de una columna de camiones y vehículos en los que trataban de huir unos 200 responsables políticos de la República, sobre todo socialistas. Aunque la evacuación había sido pactada entre ambos bandos para evitar más derramamiento de sangre, lo cierto es que la Junta Nacionalista de Jaén había fijado una ruta fija y los mismos oficiales franquistas pusieron los vehículos para la operación. Después de atravesar el último puente en dirección a Baza, allí mismo la mayoría fueron fusilados por elementos falangistas.
A todo lo anterior, habría que sumar los miles de soldados que a pie se dirigían a sus respectivos pueblos, siguiendo las órdenes que habían recibido. ¿Y los soldados poceños? Ya vimos en su momento una relación de “desaparecidos” –sobre todo en Tortosa en 1938- muertos e inválidos. Ahora, tras la entrada de las tropas franquistas en Pozo Alcón, se ordenó a todos los soldados, voluntarios o por sus quintas, que se concentraran en dos pueblos de Jaén, que eran Santiago e Higuera de Calatrava, para su clasificación. Algunos, con informes favorables, fueron liberados con más o menos suerte; otros fueron enviados a campos de trabajo en Tarifa (Cádiz) y Dos Hermanas (Sevilla). Además se constata la existencia de otros campos de concentración provisionales en Jódar, Huesa, Hinojares y Quesada, abiertos durante poco tiempo, que pudieron servir también para confinar a soldados de Pozo Alcón, habida cuenta de la cercanía de estos lugares y al hecho de que en estos campos no se alimentaba a los allí retenidos, y eran las propias familias las que se tenían que ocupar del mantenimiento de sus hijos, maridos o familiares (Para saber más de ésta y otras cuestiones relacionadas con la zona, les remito al Blog de Vicente Ortiz García: “Historia de Quesada. Apuntes varios y personales…”).
Sin embargo, un grupo numeroso de soldados locales no aparecía por ninguna parte: eran los declarados como prófugos. El concepto de “prófugo”, según el diccionario, está claro referido a la persona que huye de la justicia o el mozo que se oculta para eludir el servicio militar. Ahora bien, esta misma palabra en tiempos de guerra podría remitirnos también a soldados que hubieran muerto en la desbandada final sin aparecer en los registros o que habían conseguido huir a Francia, de lo que tampoco había constancia. En un acta, de las escasísimas que se conservan en el Ayuntamiento, de fecha 24/08/1940, se da cuenta de los mozos convocados para el reemplazo de 1941 que habían de ser reclutados y tallados. Sorprende, como veremos, el gran número de mozos de distintos reemplazos declarados como prófugos:
Vemos cómo cuatro de ellos obtienen el derecho a prórroga: Victoriano Llamas Gámez, porque su padre Francisco Llamas García había desaparecido del pueblo hacía ya 10 años, por lo que se le daba por muerto; Antonio González Gámez, por ser hijo único de viuda pobre; Félix Cruz García, de padre sexagenario y pobre; y Eleuterio Fernández Gámez, hijo único de viuda pobre.
Tan sólo tres mozos, Rogelio Mallol García, Manuel Ortiz Rubio y Antonio García Escudero, son declarados útiles para el servicio militar. A la vez, 36 mozos de distintos reemplazos, sin duda soldados de la República, son declarados como prófugos. Al principio del acta se dan algunos detalles de filiación de 3 de ellos, Antonio Bustos Fernández, Francisco Iruela Moreno y Antonio Muñoz Rodríguez; mientras que a partir de aquí los va agrupando en los distintos reemplazos desde el de 1933 hasta el de 1940. Y precisamente, si nos fijamos en el primero del año 1933, vemos que se da por prófugo a Diego Martínez Martos. Sin embargo, sabemos que Diego Martínez logró huir a Francia para posteriormente ser detenido por los nazis y enviado a distintos campos de concentración hasta su liberación. Teniendo esto en cuenta, podríamos suponer con bastante fiabilidad que no sólo habría podido huir él, sino que es muy posible que fuera acompañado de otros soldados poceños o que otros también lo hubieran intentado. Es posible también que, con posterioridad, alguno de ellos volviera a contactar con la familia o volver al pueblo, lo mismo de posible que hubieran muerto en la gran huida a Francia o en algún campo de exterminio nazi.
Vamos a ocuparnos ahora de otro asunto relacionado con el inicio de la feroz represión a los vencidos. Se trata del Consejo de Guerra al que fueron sometidos Reyes Gámez y su cuñado Cristobal Sáez, padre del torero nacido en el Fontanar, José Sáez. Éste, en la novela de Berta Vias Mahou, “Yo soy el otro”, lo recuerda: “Mi padre y el tío Reyes habían estado presos al terminar la guerra. En la cárcel de Jaén. Nunca habían querido contar nada de lo que les había ocurrido allí”. Es éste un caso simbólico porque se juzgó, aunque fueron absueltos provisionalmente, a dos personas que no sólo no habían participado en ningún acto durante la guerra, sino que incluso habían ayudado a personas de derechas en aquellas circunstancias. He aquí algunos documentos de aquel juicio:
Reyes Gámez Bustos, casado con Valentina Sáez Parras, padre de seis hijos, había sido alcalde pedáneo del Fontanar desde 1934, nombrado por el Ayuntamiento del Partido Radical presidido por Lucas Martínez Cerrillo, hasta 1937 en el que según él mismo “presentó la dimisión por no estar conforme en la manera de proceder que tenían los dirigentes marxistas…”. Y precisamente esa era la acusación, la de haber sido alcalde pedáneo en tiempos de la República y de la guerra. En su defensa, el tío Reyes se refirió al hecho de haberle salvado la vida a un guardia civil de Gorafe . También pide que se tome testimonio a Antonio Gómez Montes y a Agustín Tirado Jordán. Agustín Tirado, que fue nombrado alcalde a partir de 1940, había sido maestro destinado en el Fontanar en 1935 y, por tanto, se conocían.
Mas curioso fue el caso de Antonio Gómez, persona adinerada, cuyo hijo, Antonio Gómez Antiñolo, en edad militar, se escondió en la casa y allí permaneció durante toda la guerra. El tío Reyes conocía esta circunstancia y no lo denunció. En el cortijo, donde hoy está la Hacienda Romero, debajo de la cuadra construyeron a toda prisa una habitación donde escondieron objetos de valor, jamones y embutidos. Allí se ocultaba el hijo de Antonio Gómez cuando los milicianos venían a buscarlo. ( Mi agradecimiento a Javier Gámez Guerrero, nieto del tío Reyes, y a Puri García por los documentos y datos que me han aportado en este tema).
He calificado este caso de simbólico porque si alguien que había ayudado activamente a los vencedores durante la guerra, pasaba más de tres años en la cárcel hasta ser absueltos, podríamos preguntarnos qué suerte les esperaba a los demás.
José Manuel Leal
Muchas gracias